La idea y hora de México

Por Gastón Melo

Hace unos días preparé una provocación a manera de charla con un grupo de amigos con quienes suelo reunirme con frecuencia desde hace 25 años, de una vez por mes, en casa de alguno de nosotros y que, debido a la pandemia y el concomitante confinamiento, la frecuencia aumentó a una vez por semana.

El tema de mi plática fue La idea de México y sus diferentes maneras de percibirse. Para mi generación de baby boomers, todos mayores de 65 años, la historia de México fue más o menos clara hasta la llegada de ésa que llaman los estudiosos, la transición fallida en el 2000. Aparecieron allí algunos nuevos viejos próceres cuyas gestas, hasta hoy, no han quedado suficientemente claras ya sea por el uso militante que de ellas se ha hecho o porque carecen de los méritos necesarios. Unas cuantas farolas pintadas de azul, nuevos actores en la corrupción y pocos resultados.

La condición de reclusión y las nuevas normas de la profilaxis social han provocado otras flexiones y hecho que el presente se convierta en un dinamo de pensamiento, aglutinando pasado y futuro en una reflexión para el aquí y el ahora. La interpretación de las cosas del país se ha alambicado. Por una parte, el discurso político oficial con que desayunamos y merendamos en el continuum AMLO-López-Gatell, los encontrados grupos de interés que animan el circo con sus interpretaciones, los seminarios en línea, las formaciones, e incluso las reuniones de trabajo en casa, dan cada vez menos lugar al “accidente” del encuentro casual y fortuito que solía hacer brotar lo necesario a una dinámica social enriquecida por la improbabilidad. Anquilosada en esta realidad, la sociedad se vive como esa serie de esferas de la que hablan los filósofos que dominan la modernidad sapiente, donde se contempla profilácticamente el mundo y que no se toca.

Por esta razón, pienso que es importante volver a explorar ese contexto envolvente, físico, material, discursivo, que llamamos país para desde allí animar una posible toma de posición para un devenir compartido que, llevado a la conciencia primero, y luego a la acción, dé lugar a la autocrítica primero y a una serie de conductas conciliatorias aglutinantes y mejor orientadas con relación a la revuelta e inacabada sociedad en que nos movemos.

Reconozcamos primero la dicotomía como lo sugiere con elocuencia Miguel Sabido, en las visiones del país entre de las repúblicas india y criolla que coinciden en el territorio y observemos cómo se colocan frente al hecho que:

1. La idea de México es reciente.
2. La idea de México es variable.
3. La idea de México puede haber sido una falsa buena idea.
4. La mejor idea de México está por elaborarse.

México: una idea reciente

Gastón García Cantú, y más recientemente Emilio Cárdenas, han sustantivado la reflexión y agregado valor a esta materia que nace muy probablemente con el trabajo de Francisco Javier Clavijero, el jesuita mexicano expulsado por la bula de 1767 y quien escribe en Italia su Storia Antica del Messico. Clavijero da forma a esa idea que fragua pocos años después de su muerte (Boloña en 1787), entre criollos y mestizos de la Nueva España para quienes la Ilustración y las Revoluciones norteamericana y francesa resultaron un factor de inflamación.

Los primeros años coloniales en la península Yucatán y los valles del altiplano central son años premexicanos. Los pueblos originarios en lucha facilitan la dominación: los caciques del príncipe Totol-Xiu, en el caso de Yucatán, y los tlaxcaltecas en el valle de Anáhuac, facilitan el establecimiento de un dominio colonial clásico.

En 1994 me sentí por primera vez ante la necesidad de cuestionar mi etnicidad. ¿Sería yo un criollo?, ¿un indio? El levantamiento de Chiapas me puso a pensar en un país que no estaba terminado y la necesidad de un diálogo conciliatorio entre las dos repúblicas sugeridas por Sabido, para procurarse una idea compartida de porvenir.

Caí en cuenta de que la libertad es un mito dinámico, adaptable a múltiples interpretaciones. La libertad por la que se abogaba en los años independentistas fue acaparada por unos cuantos que la entendieron como liberación del yugo español buscando dar en el fondo una vuelta de tuerca en favor de los criollos.

Emilio Cárdenas sugiere que es Fray Servando Teresa de Mier quien más claramente expresa, ante los trastornos de la monarquía española dominada por Napoleón, la posibilidad de libertad para los pueblos de la Nueva España. Este fraile regiomontano nos ofrece una interesante numeralia, señalando con base en las estadísticas de Humboldt que debían ser alrededor de 10 millones de personas mexicanas y unos 40 mil europeos en el territorio, al momento de la Independencia. Con el potencial minero, agrícola, marítimo y humano del país, beneficiar a los 40 mil del trabajo de los 10 millones restantes, resultaba un reto poderoso y sobre todo redituable. Se trataba, consciente o inconscientemente, de una libertad para obtener mayor riqueza en favor de los menos.

Lo apabullante de los números hizo, sin embargo, que se diera una fértil veta de reflexiones en que los otros, “el otro” mayoritario, fuera tomándose cada vez más en consideración desde la perspectiva de una segunda clave, la igualdad.

La Constitución de 1824 habla poco de igualdad, se trataba principalmente de alcanzar una libertad de España, el problema entonces pendulaba entre centralismo y federalismo, es decir, quienes buscaban una libertad en la determinación de las regiones y estados, y quienes querían un poder central que emulara el poder de la Corona en el nuevo país independiente.

La noción de igualdad se acentúa en la Constitución de 1857. Aparece un reconocimiento a la igualdad de las personas facilitada por la laicidad, ya que en la Constitución de 1824 la igualdad estaba determinada sólo por la posibilidad de todos los individuos para ser bautizados. Después de este periodo, los conservadores quisieron retrotraer la validez de la Constitución del 1824, asunto que queda manifiesto en la vuelta del Imperio en 1864, con la segunda Intervención francesa.

Más tarde la historia de México de Lucas Alamán, ingeniero y guanajuatense, a caballo entre los siglos XVIII y XIX, bañado en el espíritu de la Revolución industrial, fincaba sus análisis en el potencial de ésta y auguraba para el país un futuro próspero. Gabino Barreda, el médico que se formó con Augusto Comte, trajo la visión positiva francesa de su maestro: libertad como medio, el orden como base y el progreso como fin. Funda la preparatoria nacional y aporta algunas luces a la construcción de la nación mexicana. Barreda tuvo un discípulo brillante, Justo Sierra, quien asume la responsabilidad de la educación nacional hasta presentarle a Díaz su renuncia en el propio barco de la Hamburg-American Line que llevaría al dictador primero al Havre y luego a París, el Ypiranga. Es Sierra Méndez quien lanzó en una sesión del congreso, aquél lema extraordinario: «La primera educación es la educación mental».

En la más atrabancada que peripatética construcción del país, Alfonso Reyes tiene pasajes bellísimos, sus reflexiones en el Paseo de la Castellana en Madrid, imaginando el México que deseaba, su visión de Anáhuac hace gozar la fauna, la flora y el lenguaje que describe con singular maestría, haciendo caer en conciencia de la belleza de una mexicanidad posible.

Vasconcelos nos lega la energía de una mente lúcida, valiente, entregada, apasionada, tristemente perdida en su última etapa monástica y ultracatólica. Su trabajo en la educación es comprometido e ingenuo a la vez. Su concepto de raza cósmica es inspirador y ha trascendido como sabemos, pero de manera sólo lapidaria. Ama España y el coraje de los conquistadores, pero admira por igual las gestas de los héroes prehispánicos y la dignidad de las figuras en el momento del contacto. Admite mayor grandeza en Cortés a quien reconoce más cercanía con los mexicanos que el propio Cuauhtémoc.

Luis Cabrera, civilista y constitucionalista, apunta la falta de programa de la Revolución y critica la militarización del gobierno del Partido Nacional Revolucionario. Recuerda la forma de cuerno de la abundancia y sugiere la responsabilidad de su manejo desde la Presidencia del Congreso.

En esta continuidad supralógica, la última gran figura aglutinadora del pensamiento de la mexicanidad es Daniel Cosío Villegas, quien supo integrar la historia al rigor analítico de las ciencias sociales y encuentra vectores que procurados a la reflexión contribuyen a la factura del país. Es sin duda el padre del análisis del presidencialismo.

La idea de México es variable

Los movimientos ateneístas, mexicanistas, de los contemporáneos, en la primera mitad del siglo pasado, anuncian las querellas por venir. Se despliegan a partir de los 60, en figuras más cercanas como Paz, Fuentes, Monsiváis, que toman posiciones y se resuelven en las fuerzas que les constituyen. Algunos toman la vía del distanciamiento echando tierra de por medio (Ramón Fernández), otros van y vuelven (Paz, Fuentes), otros permanecen en sus barrios (Monsiváis). Nace el debate entre intelectuales orgánicos y radicales libres. Sheridan, Aguilar Camín, José María y Rafael Pérez Gay, Roger Bartra, Rolando Cordera, Enrique Krauze, José Woldenberg y Juan Villoro, entre otros.

El siglo XXI inaugura un nuevo género de personajes influenciadores, líderes de opinión, dueños de la comentocracia que van desde los tenedores de concesiones y cancerberos de la información, hasta los enfants terribles de la finanza que contribuyen cada día más a restarle personalidad y definición a las empresas para convertirlas en bancos de desarrollo, cantando por lo general al tenor de los mandatos de la inversión pública. Allí juegan empresarios inflados por el salinismo fin de siècle y los irreverentes jóvenes sin vocación de empresa y con afán de dinero, cuyo ensalzado lenguaje de sabiduría callejera les permite ir lejos en sus expresiones desbocadas que seducen a la ideología dominante y orientan a México con base en sus intereses, entre otros, el de hacer del país un mercado acomodaticio y sin identidad.

La elección de Morena y del presidente López Obrador no sorprendió, algunos círculos expresaron improbables opiniones favorables a la Cuarta Transformación que hoy, a 18 meses de oficina y 24 de gobierno, comienza a percibirse que viene un poco apretada al país.

El lenguaje presidencial que puede entenderse en el marco de una retórica del poder, suena hueco en la voz de funcionarios que, al tratar de emular lo dicho por el líder, condenan el discurso a una teosofía y al puesto en un trono imperial.

La presidencia unipersonal es un problema de muchos que han pasado por ella y particularmente de quienes pudiendo tener voz no la usan. Los intelectuales están agazapados y muchos mandatados por quienes les tienen controlada la nómina desde la academia, desde la empresa o desde el gobierno.

A la libertad de expresión le hace falta formación, presencia de nuevos actores, igualdad de posiciones de partida, valores, sentido, rumbo. Las partes hoy en conflicto son en el territorio de la nación igualmente iconoclastas. Gobierno y gobernanza adolecen de una falta de crítica fresca, inteligente, escuchada, eficaz.

Los escasos 12 meses que distan de la próxima elección o lo son de una radical, comprometida, conjugada, incluyente y sustanciada orientación con programa, o lo serán para cavar la zanja del país que ya no podrá ser.

México ¿para qué?, ¿por qué?, ¿con qué sentido? La partición es para muchos ya, como lo han demostrado algunos gobernadores y otros legisladores locales y federales, el mejor escenario. De hecho, lo ha sido desde mediados del siglo XIX en que pese a las intenciones de algunos aquí en el territorio, el Congreso de Estados Unidos votó en contra de la anexión de México y optó por el ominoso Tratado McLane-Ocampo.

La idea de México: ¿una falsa buena idea?

¿Tiene la empresa, el empresariado, las iniciativas privadas, una idea de México? ¿La tienen los intelectuales?, ¿los economistas?, ¿los científicos?, ¿las organizaciones sociales?, ¿las etnias? No las hemos escuchado. ¿Cuándo y dónde la han expresado? Una idea para hacerse eficaz debe ser acompañada de una buena ingeniería que asuma la complejidad del proceso. Las ideas sueltas suelen ser ideítas o idiotas por descoordinadas. Las ideas de cabildo, sin diálogo abierto, son todas falsas buenas ideas.

Si se desea un país, debe concebirse un ideal de la persona humana desarrollada en ese país. Los mexicanos estamos disgustados porque la historia se quiere contar con base en intereses angulares dejando de lado la narrativa que implica a la persona y su desenvolvimiento. Si no hay narrativa unificada es porque hay diferencias, desigualdades que lastiman e intereses, y que anquilosan. El mexicano, cuyo proyecto existió por momentos, está en vías de extinción, hoy se favorece el regionalismo, la identidad ideológica, el proteccionismo mercantil, la etnia o el gremio de pertenencia, la preferencia sexual o la identidad religiosa. La idea de México no es una falsa buena idea, es una buena idea, truncada.

Gracias a los esfuerzos de Alejandra Moreno Toscano, por ejemplo, acaba de reeditarse en versión facsimilar el Libellus de medicinalibus indorum herbis. La historia del documento es igualmente interesante que su contenido.

El Imperial Colegio de la Santa Cruz de Santiago de Tlatelolco abrió sus puertas en el año 1935, menos de 15 años después de consumada la Conquista de Tenochtitlán con una aportación de mil pesos de mina para el sostenimiento de la educación de los naturales. ¡Oh sorpresa! En pocos años esos “naturales” habían sobrepasado a sus instructores y aquel sitio se había convertido en uno de los centros de mayor producción intelectual y artística en el mundo. No sólo los formados hablaban mejor latín que los conquistadores y tan buen castellano como ellos, sino que dominaban otras lenguas, la propia y la hablada en la región con quienes convivían, y tenían intercambios de carácter científico, astrológico, económico.

Aquellos naturales generosos con sus conocimientos, solían enseñar a sus instructores originales el valor de la herbolaria, de la química de ciertos pigmentos, su retórica que permitió a Fray Pedro de Gante, el hijo “natural” también de Maximiliano el Emperador, del entonces Sacro Imperio Romano, escribir alabanzas a los santos cristianos en el tono de las expresiones usadas para celebrar a las deidades en los antiguo cultos. El Colegio Imperial, después de brillantes 30 años de prolija existencia, debió disminuir su importancia y subvenciones cuando comenzó a argüirse ante la corte del rey Felipe II, ya que la formación de los indios era peligrosa y podría conducir a apostasías.

Una educación ciertamente vertical en el origen, que dada la calidad del alumnado hubo de hacerse horizontal, también para que los maestros aprendieran de sus pupilos, como lo testimonian Torquemada y Sahagún. Los alumnos de formación trilingüe seguían la estructura del nuevo Calmécac que sumaba el riguroso programa del Trivium y Quadrivium, donde se estudiaba retórica, gramática y lógica en el primero, así como aritmética, geometría, álgebra y música para el segundo. Latín, náhuatl y castellano eran las leguas de rigor en esta escuela imperial que en corto tiempo dio origen a buen número de los más famosos códices, que en aquel período fueron la forma de perpetuar algo del conocimiento de las culturas dominadas por el fuego de las armas.

Pero indio que habla latín no tiene buen fin (¿o era india?) y fue pronto que los callaron de modo que la cédula de Carlos V con la que fue creado, los mil pesos de mina con que subvencionaba para mantener de modo modesto pero digno, la enseñanza de los indios, llega al fracaso. El colegio subsiste, pero la enseñanza pasa a ser de menor importancia.

Esa pérdida parece haber marcado todo el curso de la educación en México, desde entonces condenada a ser una educación menor, distinta a la que debía ofrecerse a los novohispanos y criollos. El colegio de Tlatelolco continuó, pero muy disminuido después de las envestidas de sus enemigos, celosos del aprendizaje de estas hibridadas élites cuyo mestizaje cultural proveyó de tan ricos frutos.

Es esa situación de abandono espiritual, educativo y cultural que ha pauperizado intelectual, moral y físicamente a la población y la que ha prevalecido durante 500 años. Para concebir un mejor México es importante hacer este reconocimiento a la falta mayor que se cometió y que tan influyente fue en los años coloniales.

La prospectiva de México orienta reflexiones fuertes. Si queremos un país, ¿para qué lo queremos? Desde un punto de vista acomodaticio México ha representado el mejor de los mundos para el desarrollo de algunas industrias y de algunos intereses. Hoy el país es un mercado interno similar al de España con más o menos el mismo poder adquisitivo si consideramos que el 50% de la población económicamente activa produce el 97% del PIB. Es decir, que de los más o menos 11 mil dólares por individuo por año, del PIB per cápita, debemos en realidad contar 11 mil más por ser ese 50% quien produce la casi totalidad del PIB. De esta suerte, México es desde la perspectiva global, un mercado de 60 millones de personas con un poder adquisitivo de 22 mil dólares, poco abajo de los españoles.

Pero antes del futuro está la idea de ese futuro.

La idea de México por construirse

Movámonos a otra referencia. Hoy, frente a unas elecciones inminentes en el 2021, ante las sacudidas a los órganos electorales, caros pero eficaces, queda tomar el sartén del país por el mango y promover un ejercicio comprometido en donde florezcan y se debatan intenciones expresadas con libertad y compartidas con responsabilidad.

La Cuarta Transformación demuestra cada día de qué materia está hecha, su lenguaje es eficiente pero débil y divisivo, su capacidad de intelección limitada por sus actores obnubilados por la interpretación ideológica. El modelo unipersonal de gobernar no es moderno, afloran frustraciones sin resolverlas, no es pareja en la forma de medir, los datos son en ocasiones mandatados, el equipo de gobierno, salvo un par de excepciones, es deficiente porque no tiene independencia de juicio.

Una ingeniería de México es importante si se quiere y sí se quiere. Se quiere porque esta cornucopia es de oportunidades, porque el crecimiento del mercado interno reclama inclusión, porque en el cambio de nuestras actitudes está el embrión de resultado. Sí, se trata de una gran inversión, la inversión de una generación que pueda animarse a esta reconversión.

Esta ingeniería necesita de verdaderos socionautas que sepan tomar riesgos (la confianza y la inversión lo son), personas que sepan surfear las altas marejadas y se sensibilicen a su variedad. Requiere de personas que sepan observar crítica y participativamente sus entornos de desarrollo desde las ópticas económica e industrial, educativa técnica y científica, política y social, artística y cultural, sostenible e incluyente, india y criolla. Se requiere una plataforma independiente, más socializada que pueda expresar resultados de indicadores claros y sensibles. Se requiere de una acción digna y representativa para actuar en los órganos de gobierno. Se deben ganar espacios electorales y espacios para la transformación social. Se requiere desde luego de una mediáticación atenta para la amplificación de los mensajes y seguimiento, para que las acciones trasciendan en resultados. Ése es un reto para todos en el actuar cotidiano y en las próximas elecciones.

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