El Espíritu de Córdoba (experiencia en el VIII CILE)

Por Gastón Melo.

Qué grande es y cuánto sorprenden y gustan en su enormidad las fuerzas identitarias de Latinoamérica cuando nos arrebatan desde sus formas voluptuosas, danzas, imágenes, notas musicales, en los espacios, rincones a veces, de esta playa enorme en que se baña nuestra cultura y nuestra lengua común.

Los pueblos originarios de casi toda América dignifican sus hablas, pero se reconocen e intercambian también en una lingua franca (sin fronteras). Brasil sensible a su contexto asume que el español es su 1ª lengua pasaporte y en el Caribe, el creole, holandés, inglés, francés, se identifican y preñan de la fuerza cultural del español que domeña.

Con la participación de académicos y especialistas del castellano en China, Reino Unido y Estados Unidos, entre otros disímbolos países, amén de los naturales hispanoamericanos, se señala la necesidad de profesores de nuestro idioma y se apunta que el VIII CILE (Congreso Internacional de la Lengua Española) de la Ciudad de Córdoba en Argentina fue un logro extraordinario.

En telón de fondo la gran ciudad colonial, antigua capital argentina, con sus universidades antiquísimas y magníficas, templos influyentes, edificios públicos, su historia de luchas sociales y su naturaleza exquisita contribuyeron a desenvolver y hacer valer un verdadero Espíritu de Córdoba que se hizo manifiesto durante el Congreso. Lo señalamos en relación con aquella obra extraordinaria de quien aún tiene mucho que decir, Ikram Antaki, que pone en valor las conversaciones profundas, compasivas, trascendentes entre los filósofos Averroes y Maimónides hace más de mil años en la otra Córdoba, la peninsular y entonces libérrima.

Llama la atención, pero se entiende, la pleitesía rendida a los monarcas españoles. Llama la atención porque en tiempos de independientes, una parte importante, quizá no la mayoría, pero sí un gran número de personas, consideran a los reyes españoles, sus majestades, o quizá debamos decir, se consideran a sí mismos sus súbditos. Se entiende porque así ha sido siempre, porque de alguna manera el proceso de descolonización no sólo no ha terminado, sino que está aún en una etapa incipiente. Se entiende tal vez porque en cierta Argentina se dice que la mayor parte de los 20 millones de habitantes de este enorme y extraordinario país descienden de los barcos y no de los araucanos, los mapuches, quechuas, guaraníes, los tehuelches, fueguinos, yaganes o yáganos y aimaras, que hoy son sólo 500 mil, es decir, poco menos del 3 por ciento de la población total de la Argentina, aunque habría que estudiar el mestizaje cuyas cifras pudieran llegar a sorprender.

La admiración por la casa real española es en todo caso una suerte de legitimación de la identidad criolla o de la sangre ibérica circulando en la mayoría de los hispanohablantes latinoamericanos. Sin embargo, muchos bits de información se aplicaron en las dos últimas semanas para comentar en torno a la carta enviada por la presidencia mexicana al gobierno español, para “…se haga el relato de los agravios durante la conquista y al Vaticano también por la excomunión de algunas figuras patrias después de la independencia…”.

Más allá de conceder razón o señalar imprudencias procedimentales, reconocemos que el tema tomó por asalto la agenda del VIII CILE y posicionó al presidente mexicano en un lugar central de la agenda. Aceptamos que con una actitud de mejor negociación hubiera podido obtenerse un comentario que, por un lado, el gobierno mexicano habría podido interpretar con disposición y sus spin doctors posicionar, de modo que se estribara en ello una narrativa conciliadora que permitiera a los mexicanos comenzar para esta generación una nueva forma de contar la historia y de asumirse en una identidad bañada en nuevas dignidades.

Pero los intelectuales orgánicos de España y México, los vargas-llosas y revertes en ambos lados del Atlántico, que son muchos, y los corifeos de la comentocracia, abundan en su glosa grasosa y desdibujan la objetividad con que tendría que mirarse esta diatriba vieja de más de 500 años con que se impregnó El espíritu de Córdoba.

En el fondo, sin embargo, no todo se reduce a las influyentes redes, artificialmente visibilizadas y consteladas en infinidad de nubes de datos que a fin de cuentas terminan rápidamente siendo remplazadas por otras; hay también el retrogusto, la glosa de largo aliento, las tesis universitarias, la labor de los historiadores, novelistas, investigadores, la actitud poderosísima de la opinión pública y lo que se deja sembrado en la cultura. Margaret Mead, la famosa antropóloga americana discípula de Franz Boas, solía decir que «la cultura es aquello que queda cuando hemos olvidado todo».

El espíritu de Córdoba, sin embargo, trascendió este tema con sus múltiples coloquios y sus incontables manifestaciones expresadas en verbenas populares, conciertos magníficos como el de los viejos Les luthiers, zambas y milongas en la explanada de la Universidad Nacional, conciertos de cámara, danzas populares y otras expresiones.

El país que se mira, desde este territorio cordobés rodeado por las provincias de San Luis, Catamarca, la Rioja, la Pampa Buenos Aires, Santa Fe y Santiago del Estero, hace de esta tierra el corazón de la Argentina. Planicie húmeda bañada por escurrimientos que vienen de las diversas sierras, una gastronomía de excepción ciertamente basada en las exquisitas carnes, las empanadas, las pastas italianas, los vinos regionales, los quesos y, desde luego, un servicio no sólo impecable sino atento y amable.

La pequeña ciudad de La Cima, cerca de Salsipuedes, a un lado de La Falda, en el norte de la capital provincial, acoge un exquisito poblado con sabor inglés, montañas que semejan a los paisajes del norte escocés cerca del Castillo de Balmoral, con sus Glens magníficos, extraordinarias fincas, hoteles boutique, museos como el de Victoria Ocampo, coeditora con Borges en la revista Sur, la casona El Paraíso del escritor Manuel Mújica o el castillo del terrible y misterioso nazi, el doctor Josef Mengele, sobre quien Olivier Guez hizo una espléndida novela detectivesca ganadora del Premio Renaudot 2017.

El Espíritu de Córdoba permeó en los diversos coloquios tanto en el magníficamente restaurado teatro Libertador San Martín, como en la Universidad Católica o en la Nacional. Estos son, desde mi angular perspectiva, los temas que se trataron en el Congreso de la Lengua:

  1. Asuntos técnicos, estilísticos y retóricos que norman la unidad de la lengua.
  2. Los tropismos de las hablas regionales y la necesidad de considerar una lengua hispanoamericana.
  3. La vigencia de las lenguas originarias y su rehabilitación y diálogo con el español.
  4. El enfoque de género y la corrección política en el uso del lenguaje.
  5. Los efectos de lo digital en el desenvolvimiento de la lengua.
  6. El aprecio del español como segunda lengua universal y la industria de la lengua.
  7. El lenguaje y las hablas locales como herramientas de transformación social.

Escritores mexicanos como Paco Taibo II y Juan Villoro fueron contundentes y brillantes, el primero haciendo las cuentas de la edición en Latinoamérica, arguyendo el punto de vista del lector, desarrollando su visión de la editorial hoy más grande en la región y asumiendo el compromiso de publicaciones accesibles como las que en otro tiempo hicieron circular editoriales cubanas y argentinas. Fue sin duda la mejor versión de Taibo II que acudió al encuentro de Córdoba; Juan Villoro insistió en la lengua como instrumento de dominación y de liberación también, conquista y contra-conquista, abordó en el filo de la navaja la noción del perdón, el perdón de Séneca (sin mencionarlo) el perdón entre todos, la indulgencia recíproca. Jorge Volpi estuvo constreñido por un tema que le resultó poco fértil, el lenguaje políticamente correcto, su platica versó sobre el lenguaje de los signos como elemento dominante en la conquista y apuntó con Tzvetan Todorov (1982) que murieron por la conquista más de 9 millones de aborígenes, la plática apuntó querellas políticas y se orientó mucho a la lucha del feminismo en el universo del lenguaje (los usos de la «e» de la «x» o de la @), lo que inhibió a Volpi para glosar sobre su tema, aunque arguyó claro en favor del #MeToo; Gonzalo Celorio se limitó, en esta su primera intervención como director general de la Academia Mexicana de la Lengua, a presidir con garbo algunas de las mesas plenarias y participar en las reuniones del cabildo de los académicos; estuvo presente, disciplinado y participativo en la glosa de la mayor parte de las conferencias y debates. Diego Valadés presentó sus observaciones al lenguaje especializado de las ciencias jurídicas y la función de los diccionarios en esta materia. Consuelo Sáizar se expresó bien y molesta por la intervención angulosa del escritor Vargas Llosa que, en lo personal, me tocó compartir mesa con la lingüista Patricia Córdova de Guadalajara, con los escritores, Alejandro Dolina y Claudia Piñero de la Argentina, en un panel presidido por la académica chilena, Ana Pizarro.

Mi tema versó sobre la influencia de la lengua maya en el “mexicano” hablado en la península de Yucatán y una propuesta de remediación a través del uso de la fuerza de las comunidades lingüísticas en procesos de transformación social. Gocé su preparación, el ejercicio de exposición y la red de relaciones con que he hecho su glosa (el lector puede consultar su contenido dando clic aquí).

Mi acercamiento a la lengua maya no es nuevo, tengo el oído acostumbrado a ella, recuerdo las discusiones de mamagrande (mi abuela) y las nanas de casa, sobre temas de cocina o algunos más recónditos que se me escapaban. Mamagrande era una dama criolla, descendiente de una vieja familia italiana instalada en la península yucateca desde mediados del siglo XVII; mi nana era una señora maya cuyos padres trabajaban en la hacienda de mis bisabuelos. La madre de Sabina la dejó con mis bisabuelos, tras la muerte de su esposo a causa de un accidente con la máquina desfibradora de henequén. Sabina creció junto a mi abuela para cuidar de ella, luego lo hizo con mi mamá y sus hermanos y, finalmente, con mis hermanos y conmigo. Por esas voces y memorias, entre otras razones, decidí recientemente tomar clases de maya y me contenta haber descubierto un universo de significación insospechado que me revela, además de otros aspectos, que el español hablado por los peninsulares esté preñado de estructuras mentales mayas, asunto que demuestro en la ponencia que fue parte también del Espíritu de Córdoba.

El contenido esencial de mi presentación, sin embargo, es una provocación al diálogo con las comunidades lingüísticas para detonar procesos comprometidos en educación, economía, alcanzar descolonizaciones necesarias, generar orgullo de identidad y establecer metas significantes y observables en la comunidad.

En este sentido, invito a conocer a Yazmín Novelo, doctora en Antropología y cantante en lengua maya “la Xkumal” (la comadre). Yazmín se dirige a la comunidad con un lenguaje apelativo convocante. Habla a la nación que comparte con ella un habla, creando una umma (una familia identitaria) lingüística. Yazmín crea un espíritu de unidad que es precisamente el que requiere todo proceso de emancipación.

El orgullo que promueve Yazmín entre los maya-hablantes es tal que mueve a dar el paso siguiente a una convocatoria sustantiva unívoca factible y deseable. Imaginemos por ejemplo el gusto por la matemática maya y la posible construcción de una comunidad, avezada en esta ciencia, que puede conformarse si se vincula con el lenguaje de la comunidad ese propósito. Construir un paradigma que puede serlo de transformación de la comunidad.

Esto debiera ser, me atrevo a sugerir, premisa en la reflexión de quienes trabajan desde “la Cuarta Transformación” para la promoción de la idea de un país mejor y de un México en sincronía con sus realidades diversas.

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